MÉXICO PARA DANIEL SADA: TRAGEDIA, DOLOR Y FARSA

28/11/2012 - 12:00 am

Hace un año, por estos días, la viuda de Sada entregaba a la editorial El lenguaje del juego, que transcurre en un país llamado “Mágico”. Sin Embargo MX evoca al escritor fallecido en noviembre de 2011

Daniel Sada. Foto: Cuartoscuro.

Su última novela se sitúa en el norte de un país llamado Mágico. Valente ha cruzado frustradamente 18 veces la frontera. Ante la decepción, decide emprender un negocio en el pueblo de San Gregorio. En un lugar donde abundan las tortillerías, Valente y su familia inauguran una pizzería. Todo va viento en popa, hasta que Candelario, su hijo, decide probar la mariguana que cultiva su amigo Mónico Zorrilla, quien a su vez es amigo de un capo, y enemigo del cártel opuesto. A partir de esa relación se desencadenan varios sucesos que Daniel Sada sortea a partir de un narrador que hace conjeturas.

-Es una novela que reúne tragedia, dolor y también farsa –dice Adriana Jiménez, la viuda de Sada.

-En reiteradas ocasiones, Daniel Sada dijo que él no se consideraba un escritor tópico, es decir, que no le gustaba cazar temas y escribirlos.

-Daniel siempre tenía en la cabeza varias novelas. Se tardaba meses en encontrar el punto de vista y en conocer a los personajes. Cuando quiso escribir El lenguaje del juego, el norte del país que tenía en mente era otro. Cuando retomó la novela, entre 2010 y 2011, aquel norte que había imaginado, cambió totalmente. Me dijo que no quería escribir una novela donde el tema fuera el narcotráfico, porque a Daniel nunca le han gustado las etiquetas. Estaba preocupado de escribir una novela panfletaria. Lo que hizo fue encontrar a estos personajes y contextualizar la historia en una realidad que hay en el país, en el norte sobre, todo.

-Al leer la novela, los hechos son tan reales, como si Daniel Sada hubiera estado inmerso en los conflictos entre cárteles.

-Es que el narrador de esta novela, como en varias de Daniel, hace conjeturas, está muy cerca de los personajes. Utiliza frases, hace suposiciones, es otro personaje más.

-En otras novelas, Daniel utiliza un lenguaje con notoria retórica. Aquí la novela parece más ágil.

-Sí. Por ejemplo, en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Daniel empleó octosílabos. En otras novelas utiliza endecasílabos. Pero en El lenguaje del juego, quiso emplear heptasílabos y octosílabos, que produjeron párrafos aparentemente más ágiles. El uso de una figura retórica que se llama aposiopesis, que consiste en elipsis, representadas por dos puntos. Algo que Daniel dominaba muy bien.

-Daniel Sada, además de su peculiar lenguaje, también se caracterizó por ser un escritor que utilizaba el tono de comedia. Aunque en esta novela, al terminar de leerla deja un sabor muy amargo.

-Lo es porque los personajes de esta novela están inmersos en un mundo muy cruel, de mucha muerte. No voy a decir nombres, pero una persona que no es de la editorial Anagrama –quien publica esta obra– le pidió a Daniel que cambiara el final. Por supuesto se negó a hacerlo. Y es que la novela deja pasmado al lector.

-¿Por qué el título El lenguaje del juego?

-Yo creo que tiene dos razones, sobre todo. Una, porque el título es, en realidad, lo que titula toda la obra literaria de Daniel. Él siempre jugaba con el lenguaje. Solía decir que la palabra es nuestro primer juguete. La otra razón es porque dentro de la novela, el juego tiene un lenguaje. Y reglas. No puede existir el juego, si no existen sus reglas correspondientes.

-¿Es la novela más política del escritor?

-Yo creo que sí. Pero no porque Daniel quisiera escribir una novela política o con tema. Lo es porque el contexto en que se desarrolla, es un hecho real. Lo que no hay que olvidar, es que una de las obsesiones de Daniel son los personajes, el mundo interior de ellos. Siempre lo dijo.

-Hay escritores que dejan obras póstumas. ¿Leeremos algo más de Daniel Sada?

-No. Cuando tuvo su computadora, borró una novela que tenía a la mitad. Solía decir que es muy triste deshacerse de una novela en la que se lleva tiempo. Aunque también estaba seguro que, para tener una obra sólida, es necesario sacrificar algunos textos.

-¿Usted no publicará nada de él?

-No. Nada. Todo lo borró. Y aunque haya dejado algo, eso no lo publico porque él tenía sus motivos. Sería una falta de respeto a él. Después de esta novela, comenzó unos poemas. Pero no estaba satisfecho y los borró. Lo último que leerán de Daniel Sada es El lenguaje del juego.

LOS TALLERES Y LUEGO, LA ENFERMEDAD AGRAVADA

Hubo un tiempo en que Daniel Sada escuchaba atento. Los alumnos leían sus cuartillas al tiempo que el escritor aguzaba el oído y formulaba en silencio los apuntes que daría. A veces eran autores que servían de referencia para encaminar la posible novela o cuento. Luego eran precisiones sobre el lenguaje y los personajes. Los talleres literarios siempre eran los mismos: el rigor y el placer por la escritura.

Pero hubo otro tiempo en que Daniel Sada, casi pegado al monitor de su computadora, escribía sus últimos párrafos. Unos días donde la diabetes, la insuficiencia renal y la progresiva ceguera, no fueron un impedimento para que terminara su última novela: El lenguaje del juego.

Su esposa, Adriana Jiménez, siempre al lado. Uno de los cimientos donde el escritor, nacido en Mexicali en 1953, erigió gran parte de su obra literaria. Era la primera en conocer el mundo sadiano, su desierto, su villa o su ciudad. Siempre un mundo aparte. La propia Adriana estuvo aún más presente cuando la salud del novelista amainaba. Ella fue sus ojos y sus oídos. Y juntos gestaron el Lenguaje del juego, igual que un hijo.

“Daniel escribió esta novela con el mismo empeño que las otras. Ya en los últimos meses, teníamos que ayudarlo a sentarse y a que pudiera escribir, casi con la computadora en la cara, porque estaba perdiendo la vista. Pero él me leía, y ya después que no veía, yo lo hacía y entonces corregía… Siempre lo hizo de este modo”, cuenta Adriana Jiménez.

Luego, las enfermedades se agudizaron. Hasta que el autor de Casi nunca falleció el 18 de noviembre de 2011. A un año de su partida, Daniel Sada deja una obra sólida, dice su esposa, “mucha gente lo reconoció como el mejor escritor de su generación. Sobre todo, el que Roberto Bolaño opinara de él, como lo hizo, le abrió la puertas en Europa”.

Desde que Daniel Sada comenzó a posicionarse como novelista, el propio Carlos Fuentes vaticinó: “… Será una revelación para la literatura mundial”. Incluso en la funeraria, escritores, artistas e intelectuales acompañaron al escritor. Juan Villoro, uno de los presentes, dijo: “Entendió el lenguaje como un organismo vivo. En tiempos de una literatura descafeinada nos invitó al gran banquete del idioma. La valentía y la audacia de su escritura seguirán creciendo con el tiempo”.

Fruto de sus 10 novelas, tres poemarios y un conjunto de cuentos y ensayos, Daniel Sada obtuvo diversos premios. Desde el Xavier Villaurrutia, pasando por el Premio Nacional de Literatura, hasta el internacional de Herralde de Novela, que lo colocó en Iberoamérica como un escritor auténtico. Pero en los últimos meses, cuando supo que ganaría el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, la emoción era mucha.

Con la enfermedad a cuestas y el reconocimiento en auge, el autor de Ritmo Delta solía repetir: “Si me empezaba a ir tan bien, ¿cómo me fui a enfermar?”.

JUGUETE DE NADIE

Jaime Mesa fue uno de sus alumnos. Se conocieron en Puebla, cuando Daniel Sada fue a impartir un taller de narrativa. El joven escritor frente al hombre bonachón. Mesa recuerda el primer encuentro. “El shock inicial cuando el primer día que lo conocí, ya en sesión de taller, le dije al presentarme: He escrito seis novelas. Me miró, analizó mi edad, me midió y soltó: Ah, cabrón. Entonces has escrito más que yo. Fue fulminante. La primera lección: ser humilde”.

La segunda, dice Mesa, fue el silencio y la eliminación de distractores para escribir con calma, lo importante. Después de un proceso largo de rigor y juego sobre el arte de la novela, un par de años después Jaime Mesa publicó su ópera prima Rabia. “Cuando entrabas a su taller, Daniel te decía algo: voy a exigirles todo, hasta que ya no puedan. Pero también los apoyaré en todo”.

Adriana Jiménez, también investigadora y literata, asegura que Daniel Sada fue un maestro que siempre compartía a sus alumnos su experiencia y conocimientos como escritor. Recuerda que al llegar del trabajo, su sala era una ceremonia literaria. Sada en medio, matizando sus comentarios sobre la escritura. “Era riguroso, siempre decía que lo importante era el punto de vista, no el tema, ni la anécdota. Era fuerte con sus críticas, pero siempre respetuoso y muy generoso con sus alumnos”, dice.

Sobre la mesa de centro, justo ahí donde se impartían los talleres, reposan varios libros del autor. Los últimos cuentos publicados por el Fondo de Cultura Económica (FCE), aunque también resaltan las traducciones de Casi nunca al inglés y Porque parece mentira la verdad nunca se sabe al francés. También está otro libro con ensayos sobre el escritor. “Daniel siempre decía que quería ver sus libros junto a los de Paulo Coehlo”, Adriana ríe.

Y recuerda a su esposo encontrando un espacio en el tiempo para escribir. “Era tan exigente con su obra, que llegó a quemar y a deshacerse de novelas que estaban escritas casi a la mitad. Solía decir que si un autor quería tener una obra sólida, con todo el dolor de su alma, debía deshacerse de aquélla que no tuviera esa calidad necesaria. Así era Daniel”, revela su esposa.

Otro de los estudiosos de su obra, amigo y admirador de Sada, fue Martín Solares. Incluso, llegó a leer el manuscrito de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, considerada su obra máxima y, según Juan Villoro, con la cual “renovó la novela mexicana”.

Solares dice: “A quienes asistieron a sus talleres, les transmitió uno de los consejos más sencillos pero valiosos: en la Literatura no hay excusas, organiza tu vida de manera que puedas escribir todos los días, al menos media cuartilla”.

Al igual que Alí Chumacero, en sus tiempos como editor del FCE, dudó si publicar o no Pedro Páramo, de Juan Rulfo, no faltaron editores que a Sada le pidieron recortar novelas, cambiar finales, entrecortar capítulos, modificar frases, aligerar el lenguaje de su prosa, titular de otra manera. “Pero él era un escritor intransigente. Siempre supo lo que quería escribir. A veces se tardaba meses, incluso años, en pulir un texto. No atendía las exigencias del mercado editorial”, cuenta Adriana Jiménez.

ESE MODO QUE COLMA

Dice Jaime Mesa que conoció a Daniel Sada en el 2000, un año después de la publicación de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. También dice sentirse muy orgulloso y privilegiado porque, después de aquella novela, Mesa pudo leer todos los manuscritos de su mentor.

“Hasta donde sé, Daniel no mostraba sus manuscritos hasta que Adriana los leía. Después se los pasaba a un par de amigos cercanos y luego a Eduardo Montagner, a Isaí Moreno (escritores, también alumnos de Daniel Sada) y a mí, entre otros”, detalla el autor de Rabia.

Jaime Mesa notó la importancia de leer a su maestro, sobre todo porque el manuscrito era un libro que pocos habían leído y provocaría reacciones positivas “y venía de un autor mayor”, dice. Lo leía, pero al intentar encontrar algún descuido, alguna errata menor, casi nunca halló nada. “En Ritmo Delta, creo, encontré un error menos en una escena donde el personaje principal decía tener la cartera en la mano y luego ya no. Es decir, encontré nada”, relata con emoción.

Sada le hablaba por teléfono para saber su opinión y, sobre todo, si había encontrado un error. Jaime Mesa le daba sus impresiones e intentaba encontrar defectos, detalles, imprecisiones, “porque Daniel buscaba, más que el aplauso… la perfección”.

Lector también de su última novela, El lenguaje del juego, Mesa asegura que esta obra es una continuación de su tema central: la vida de las personas en los medios alejados de la urbe, de sus miedos, su desolación y malestar. “Además, el planteamiento del conflicto es a través de un señor que llega a su pueblo y quiere poner una pizzería. Esto es completamente sadiano”, analiza.

En la contraportada de su novela póstuma el periodista y escritor Francisco Goldman lo definió así: “Sada es a Juan Rulfo lo que Beckett a Joyce, sólo que al revés. El minimalismo de Beckett era su respuesta al insuperable maximalismo de Joyce. Y el maximalismo de Sada fue la respuesta de éste al insuperable minimalismo de Rulfo”.

PORQUE PARECE MENTIRA LA VERDAD NUNCA SE SABE

Martín Solares recuerda a Sada como alguien capaz de saltar de la cama a la computadora, sin importar la hora o el momento. Para Solares, autor de Los minutos negros, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe es parangonable a Noticias del Imperio, de Fernando del Paso o El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán. “Sus últimas novelas se concluyeron a pesar de la enfermedad, en condiciones heroicas: dictándole a su esposa y consejera literaria… Y sin perder el estilo”.

Tras la muerte de Daniel Sada, el propio Solares le dedicó un artículo en memoria del escritor norteño donde escribió: “¿Sobra decir que El lenguaje del juego es extraordinaria? En apenas cien páginas, poco más que la extensión de Pedro Páramo, Sada nos legó su deslumbrante explicación personal de la violencia a la mexicana”.

Sin embargo, Adriana Jiménez tras la historia de esta novela, estaba la historia misma de Daniel Sada. Escrita a intervalos, con horas intermitentes de diálisis; cuidado por dos enfermeras especializadas; ayudado a sentarse en “sus ratos libres” para teclear los caracteres enormes que la vista empañaba.

Y es que parece mentira, porque nunca se supo que el novelista escribió El lenguaje del juego a contratiempo, pellizcándole la muerte. “Nunca se habló de la muerte en sí. Daniel, hasta el último momento seguía contando chistes de Piporro. Cuando ya no podía escribir, él decía que contaba con un paisaje interior muy grande. Estoy segura que se llevó sus historias en la cabeza, aquéllas que no pudo contar”, comparte Adriana Jiménez.

Cuando se le pregunta a Adriana sobre el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, su expresión cambia ipso facto. Jiménez explica que meses atrás de darse a conocer oficialmente el premio, La Jornada publicó una nota donde se daba tal noticia, aunque al propio Daniel Sada ni siquiera le hablaron para oficializar el premio. “Fueron meses muy tristes. Daniel estaba emocionado con ganar el premio. Pero no salía publicado su nombre”, relata con tristeza e indignación.

Así esperó el escritor a que se diera a conocer su premio, pero al paso de los días ni su nombre salía publicado, ni las autoridades de cultura ni el jurado le afirmaban nada. Adriana Jiménez narra que el 17 de noviembre del año pasado, Sada estaba entubado en una cama del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). “El mismo 17 de noviembre recibo la llamada. Me piden que les pase a Daniel. Les digo que Daniel no puede responder. Ellos insisten en que es urgente, porque ha ganado el Premio de Ciencias y Artes”. En esta parte de la entrevista, Adriana suspira con fuerza y prosigue:

“Les digo que es imposible, que está sedado. Cuando le dije que había ganado el premio, me había tomado la mano muy fuerte. Al darle la noticia, sentí como si su mano pesara 20 kilos, después se enfrió todo. A partir de ahí sólo vivía a través de una máquina. Yo creo que Daniel se llevó la noticia, así lo quiero creer”, finaliza.

En el funeral del escritor, un amigo y compañero de generación, Álvaro Uribe hizo alusión al Premio que le llegó a destiempo y, quizá, de forma injusta. “Resulta muy lamentable que una persona tan cálida y tan generosa como Daniel se haya muerto. En mi caso el efecto es doble, porque soy de la misma edad y es el primero de mi generación que se muere, y también el primero en ganar el Premio Nacional, que no pudo gozar por quién sabe qué tejes y manejes de la política mexicana”.

Sin embargo, para Jaime Mesa, la presencia de Sada en la Literatura marca un antes y un después. “Me parece que Daniel Sada tiene un lugar ganado, ya no solamente en la Literatura Mexicana, sino en la Literatura Mundial. Su lenguaje, su afán métrico, su agudeza narrativa, su capacidad de ver las sutilezas de los temas que plantea. Es decir, la enormidad de su mundo interior aunado a su capacidad de revelarlo al exterior, le dan su espacio”, concluye el joven escritor.

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